domingo, 14 de junio de 2015

Juego de espejos (Andrea Camilleri)

El comisario Montalbano de Andrea Camilleri es uno de mis detectives favoritos, quizás al mismo nivel del comisario Brunetti de Donna Leon. Aunque son muy diferentes, creo que tienen algunos puntos en común. Y si saco esto a colación es porque hace poco leí la última novela de Brunetti y quizás no me gustó tanto como esperaba, pero este no ha sido el caso con la última de Montalbano.
Tampoco voy a repetirme en el comentario (creo que ya llevo unas cuantas en este blog), pues al final todas sus novelas tienen características parecidas, pero sí diré que me gustan y que no puedo por menos que recomendarlas.
Y por cierto, otra cosa en común a ambos detectives es que tampoco me gusta mucho la serie de televisión basada en las novelas de Montalbano, al igual que ya dije de Brunetti, creo que prefiero a los detectives que tengo en mi imaginación después de haberlos seguido tanto tiempo.


Sinopsis
La explosión de un pequeño artefacto frente a un almacén vacío, en pleno centro de Vigàta, y la consiguiente investigación puesta en marcha por el comisario Montalbano y su equipo, precipitan una serie de acontecimientos que se suceden de forma caótica y vertiginosa: pistas contradictorias, cartas anónimas, delaciones misteriosas... Montalbano tiene la sensación de que alguien pretende guiar sus pasos, confundirlo y manejarlo como si fuera una marioneta, alejándolo de la verdad de los hechos. Y cuando además entra en escena Liliana, su nueva vecina, una mujer de rompe y rasga cuyo marido se halla a menudo ausente por razones de trabajo, Salvo se encontrará inmerso en un mar de confusión que dificultará su trabajo más allá de lo tolerable.
Realidad e ilusión se confunden en esta última entrega del comisario Salvo Montalbano, en la que Andrea Camilleri rememora la magistral escena de los espejos de La dama de Shanghai, de Orson Welles, en la que sólo una de las imágenes es la auténtica. Para escapar de este laberinto de reflejos, Montalbano habrá de recurrir a su veteranía y su finísima intuición, sin perder nunca el irreverente sentido del humor que lo caracteriza.

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